por Amador Fernández-Savater
Mi amigo Jun Fujita, de paso por Madrid en su vuelta a Japón desde Argentina, se ha quedado atrapado por la cuarentena en mi casa. Para mí toda una bendición: cocinamos, charlamos y por la noche hacemos cine-fórum.
Ayer La Cosa, de John Carpenter (1982), un peliculón de ciencia-ficción y terror que no ha perdido un ápice de su capacidad de impacto. Toda la conversación posterior a la peli gira en torno a la cuestión, tan presente hoy con el coronavirus, del enemigo.
— ¿Quién es el enemigo? Al terrible ser encontrado en la Antártida la expedición de científicos lo llama simplemente La Cosa.
“Estamos en guerra” ha dicho Macron. Y manda al ejército patrullar las calles. Lo mismo dijo el presidente chileno Sebastián Piñera cuando empezó la insurrección en su país: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nadie y a nada”. Un poder “alienígena” añadió su mujer. Movilización y guerra total contra… La Cosa.
La Cosa no tiene nombre. Es un Objeto Volante no Identificado por los radares de lo conocido. No encaja en ninguna de las tablas clasificatorias, en ninguno de los sistemas de categorización previo. Es más: La Cosa los arruina y destruye. Es el monstruo, el ser venido de otro planeta, el combatiente ilegal, la potencia del afuera, un punto de exterioridad con respecto a la civilización.
¡Guerra a La Cosa! Por supuesto hay que cuidar y cuidarse, proteger y protegerse. Pero, ¿no es también La Cosa una ocasión de pensamiento? Sólo es posible pensar en la interrupción: la interrupción de los automatismos, de los estereotipos, de las evidencias. La Cosa es un agujero en el sistema de evidencias establecido. Nos invita a repensarlo todo de nuevo: la salud y la sanidad, las ciudades y la alimentación, los vínculos y los cuidados.
En lugar de tapar el agujero, mirar a través suyo. Es la diferencia entre gestionar y transformar. ¿Pero quien quiere sostener un agujero?
— Indiscernibilidad. ¿Quién es La Cosa?
Lo estamos viendo hoy: el enemigo puede ser cualquiera. Los que vienen al pueblo desde la ciudad, ese tipo que anda por la calle aún, los vagabundos y los chicos migrantes sin casa.
La tensión social horizontal es palpable estos días. ¿Quién tiene el virus? No se sabe. Cualquiera lo puede pasar. Hay que desconfiar de cualquiera. Uno mismo sin saberlo puede llevar La Cosa dentro: son los asintómáticos.
Los comunistas eran un enemigo reconocible. El sida estaba asociado a “grupos o prácticas de riesgo”. Pero ahora cualquiera se puede infectar, cualquiera lo puede contagiar, cualquiera es el enemigo.
El piloto Mc Ready (Kurt Rusell) va caso por caso, es lo más seguro, pero la situación cambia, evoluciona. El sano de ayer puede ser el infectado de hoy. Un cortocircuito infernal de lo actual y lo virtual. La desconfianza y la paranoia son generalizadas.
— El enemigo viene de afuera
¿Cómo protegerse? En la peli cada personaje se encierra en su plano individual evitando encontrarse con los demás en un plano de conjunto (el campo-contracampo se vuelve social distancing). Hay que cerrar fronteras. Una frontera en torno a cada uno de nosotros, la casa en cuarentena. La frontera del país, la frontera de la Unión Europea. Da igual que Europa sea más foco de contagio que al revés, se sigue pensando que el enemigo viene de afuera y que protegerse consiste en dejarlo fuera.
Y sin embargo La Cosa llegó antes que la expedición de investigación. La Cosa estaba ahí desde mucho antes, empotrada en la Tierra.
Si La Cosa estaba ahí antes, ¿cómo vamos a dejarla afuera?
Un texto notable que circula estos días, Monólogo del virus, nos recuerda que los virus estaban ahí desde el principio de todo, que representan la continuidad de lo vivo, que sin ellos no habría habido vida.
Como el “barravento” que sopla en la peli de Glauber Rocha (1962), el coronavirus se mueve identificándose con los movimientos de desterritorialización absoluta de la Tierra. El virus es la tierra. Nosotros somos los extra-terrestres. Los que hemos cortado con la continuidad de lo vivo separando sujeto (El Hombre) y objeto a dominar (el mundo). Es la lógica de dominio la que corta el campo relacional en que consiste la vida poniéndonos a todos en peligro. Es esa vida extra-terrestre la que nos amenaza.
— Protegernos de La Cosa. ¿Pero cómo?
No way out en la película de Carpenter. Película radical, sin concesiones, sin ilusiones, sin final feliz.
Para acabar con La Cosa, Mc Ready pega fuego a todas a todas las instalaciones, a todas las viviendas, al conjunto entero de la base científica. Le pega fuego a todo lo que (supuestamente) protege. Porque sospecha que en cualquier rincón puede quedar escondida La Cosa.
Le pega fuego a todo y queda a la intemperie, en el desierto de hielo. El fuego consume el frío, pero amenaza con llevárselo todo consigo.
Es la salida más radical: quemar todo lo que supuestamente nos protege del mal pero en realidad lo reproduce. Quedar a la intemperie, donde un nuevo comienzo es posible. Expuestos, con la vida al descubierto.
¿Está a nuestro alcance ese gesto radical? ¿Lo queremos o tenemos demasiado miedo? ¿Es el único gesto posible?
Preferiríamos seguramente una respuesta sensata que protegiese a los vulnerables sin exponer a nadie más a cambio (los pobres, los chivos expiatorios), que nos devolviese sin demasiados costes a una cierta normalidad. Pero ahí, en la salida reformista, seguramente La Cosa encuentre rincones para guarecerse y no aprovecharemos el agujero para pensar radicalmente.
¿Entonces?
Fuente: Lobo suelto (19 de marzo de 2020)