¿Cuál era tu cuarentena antes de la pandemia?

 ¿Qué saben mi mente y este resto de mi cuerpo neutro sobre la cuarentena? Tal vez, más de lo que suponen. Porque de algún modo, desde hace algunos años, ya venimos transitando la nuestra.
Digamos que la casa es un laberinto que cambia de a ratos. A veces salíamos, mi cuerpo y yo, por el escape de algún impulso o por la osadía de perderle el miedo al afuera. No había ni controles ni vecinxs alertas; sólo pasaban otras cosas.

Quedarnos en casa no fue siempre una elección. La autonomía no se soluciona con un cubrebocas; requiere de otras cosas.

Puede que no se comprenda. Una rampa obstruida, una pila de escalones, una vereda con más cráteres que el planeta Marte, un taxi evadiendo pasaje, un elevador estático, un bondi cada 3 horas y sin rampa; todo eso, y más, ya era prácticamente como vivir con coronavirus. La falta de accesibilidad no fue, ni es, por distanciamiento social. Menos aún, por una disposición social preventiva. Sin embargo, parece que lo inaccesible es casi obligatorio.

¿Qué saben mis piernas y este medio pecho paralizado sobre el aislamiento? Quizás, más de lo que creen. La ausencia de pararse a dar un abrazo no viene siendo por precaución. Por más que se niegue, hubo más de una cuarentena para mi cuerpo y mi mente. A la paraplejía no se la boludea con un certificado de circulación trucho, ni con permisos especiales ni con decretos de necesidad de urgencia.

La soledad y la discapacidad son algo que la mayoría dice comprender, pero que pocxs saben escuchar.
Casi siempre hay plantas, tardes de patio con sol o quizás alguna mascota con quienes discutir este tipo de cosas. Otras veces, solo queda mirarse en un espejo.

Te vengo viendo, cuerpecito. Ya no dependemos de gestos conciliadores o de culpas ajenas. Mirá si todo este asunto juega a favor nuestro. Ya viste que, mágicamente, todos esos trámites que requerían de presencia, papelería y sellados ahora se pueden hacer de manera electrónica, sin pruritos. Parece que la maquinaria sí puede funcionar.

Prestame atención, cuerpecito, y tratá de que no te arrastre la sensibilidad. Es que, en más de una ocasión, la segregación puede ser más letal que un virus.


 

Publicado en La Tinta el 21 de abril de 2020

 

FCS