Dolor docente

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¿Alguien está evaluando la efectividad de las clases a distancia?En una carrera contra el tiempo -contrá la “pérdida” del tiempo- estudiantes, docentes y madres (aunque también hay, menos, padres en la tarea) se abruman en sus diferentes trincheras para cumplir con el año lectivo con la misma currícula, como si todo alrededor no se hubiera transformado radicalmente. Esther Díaz, docente durante años, advierte cómo el peso de ese apuro doblega todavía más las espaldas de docentes que además son madres.

Estamos en una trinchera con tres frentes de ataque: estudiantes, autoridades y madres -en su inmensa mayoría- o padres. Docentes parapeteadxs en sus tareas. Desde inicial hasta posgrado debieron convertirse -de la noche a la mañana- en “especialistas” en educación a distancia. La consigna es no malograr el año de la pandemia.

¿Alguien está evaluando, con calma y mesura, los costos y beneficios de esta carrera contra el tiempo perdido? Hay consenso en que no se desperdicie un año lectivo. Pero ¿así?, ¿sin anestesia? La mera incorporación de tecnología no garantiza excelencia, menos aún si es la única herramienta. Y aunque haya sido impuesta por una catástrofe sanitaria, tiene costo.

La tecnología (cuando se dispone de ella) es vigorosa para no perder contacto, pero no reemplaza a la materialidad y, paradójicamente, provoca más demanda docente. Ni hablar de la mujer docente que, además, es madre de escolares. Un virus misterioso le perforó la vida.

En todos los niveles educativos la mujer es mayoría. ¿Porcentaje más alto? El elemental: noventa y nueve por ciento de mujeres. El Ministerio de Educación instrumenta estadísticas a nivel nacional cada diez años. La última fue en 2014. Sobre un total de un millón doscientas mil personas trabajando en el sistema educativo -incluyendo docentes y no docentes- ocho de cada diez son mujeres. En nivel universitario se estima que hay sesenta y cinco por ciento de mujeres. No obstante, a medida que se avanza en la estructura piramidal, se observa que en los lugares de poder y toma de decisión hay pocas. Según las facultades, varía. No obstante, en un dispositivo docente mujer, es minoritaria en el orden del poder.

Retomando el tema cuarentena y virtualidad sacada de la galera. La docencia está atravesada por un impulso -bien intencionado e ingenuo- de querer reemplazar, de un día para el otro, la interacción personal por el uso de tecnología. A eso se suma la inhabilidad digital de una parte importante de docentes y estudiantes.

Se da que ni siquiera manejan lo más básico. Encima hay cursantes que no tienen acceso ni a un celular. Tampoco todos tienen conectividad. Existe un desfasaje entre proyectos digitales y realidades analógicas. Se produce por la falsa creencia en un eficientísimo tecnológico divorciado de las condiciones reales de existencia. Una especie de engañapichanga. El sistema educativo, como la totalidad de un planeta boquiabierto por el espanto, se está moviendo por ensayo y error.

En la presencialidad se cumple horarios, en la teleenseñanza no hay límites. La demanda es múltiple. Las jerarquías distribuyen procedimientos y exhorta a reproducirlos. Proliferan consignas. Se olvida que cantidad no necesariamente es calidad. Como es razonable, se exigen devoluciones. El proceso se reitera en todos los escalones de la pirámide saber-poder. Se trabaja a destajo.

Incluso en los colegios de elite -donde la enseñanza presencial se complementa con tecnologías de información y comunicación (TIC)- les responsables de aulas virtuales no dan abasto. Se cuatriplicó el trabajo. No hubo semana santa. Tampoco sábado o domingo. Ni reaseguro de llegar en tiempo y forma. Todo virtualizado excepto los lugares que carecen de electricidad o conectividad o instrumentos. El ministerio distribuye cuadernillos de papel para estos casos. En zonas rurales las docentes se desplazan en bicicleta o como puedan. Visitan cada hogar y, para familias muy carenciadas, además del material didáctico llevan los módulos alimentarios. Heroínas anónimas de las que nadie parece acordarse.

Hay otros gestos altruistas, maestras que confeccionan a mano cuadernillos ad hoc para quienes presentan dificultades de aprendizaje. Los pagan de su bolsillo y los llevan personalmente. Las docentes que se desplazan por las islas merecerían un capítulo aparte.

Pero el desquicio no termina en la sobrecarga docente, continúa en cada terminal hogareña. Veamos -a vuelo de pájaro- veinticuatro horas en la vida de una mujer. Esposa de docente, madre de dos escolares y trabajadora de la salud. En el silencio de la medianoche contesta mensajes de sus amigas. Saluda con voz cansina y dice no sentir nada, a no ser cansancio. Llegó a su casa y necesitó tiempo para inmunizarse. Trabaja en un hospital. Finalmente saluda a hija, hijo y marido. Él luchando con sus clases y correcciones virtuales ensimismado en la computadora. Le cuesta el encierro y, en el colmo del contrasentido, se encierra en su escritorio.

Les niñes esperando a mamá para sus tareas. La hija no solo tiene de su maestra, también de educación física, danza e inglés. Luego atiende al niño. Doble escolaridad. Actividades de la mañana y todas las que hayan llegado de las complementarias de la tarde. No le alcanza el día. Las ejercitaciones, atrasadas. Lo único que le quita un poco la angustia -y a la vez la asusta- es que otras madres que no trabajan están tan apremiadas como ella. Deja para el final su gran frustración. Al equipo de investigación que pertenece, le ofrecieron capacitar a decididores en salud. Su jefa sugiere que no participe, teme que colapse. Pero ¡es una actividad que amaría hacer! No cree que pueda. El tiempo que antes tenía libre -y ahora podría dedicar a esa asesoría- se va entre tareas domésticas (quien se ocupaba, licenciada por cuarentena) y tares virtuales escolares. No puede pensar, no sabe qué decidir, mañana verá.

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Melancólica es la reacción de quienes aspiran a que todo funcione como si un tsunami no estuviera acechando. Se proponen tareas como si hubiera presencialidad. Considero que se impone recalcular la variable tiempo-esfuerzo de este desafío virtual inusitado. Supera en mucho al trabajo en aula real. Al final de un largo recorrido se entrega un trabajo -videos, cuestionarios, ejemplos, ejercicios- y se reciben consultas y revisiones. Muchas. Agotamiento general. ¿No habrá que bajar un cambio? ¿No habrá que apelar a la prudencia (en sentido filosófico)? Frónesis: sabiduría práctica, deliberar acerca de lo conveniente y lo inconveniente para determinada situación. La prudencia está al servicio de fines no buscados por ella. Su misión es proveer los medios favorables a todas las subjetividades involucradas. Los fines son valiosos: no perder el año lectivo. En cambio, los medios (a la luz de la experiencia) son discutibles y reclaman ser revisados.

Fuente: Página 12 (publicado el 24 de abril de 2020)