Enseñar y aprender en épocas de aislamiento

Volver a Educación

por Eva Da Porta

Cuando intento detenerme y pensar con más detenimiento esto que nos pasa se desata un tornado de imágenes, sensaciones, fragmentos de películas, libros que leí, ideas, imágenes de nuevo, y otra vez alguna idea. Sin embargo, cuando logro fijar la atención, un significante aparece como escrito en negro sobre un fondo blanco en tipografía palo seco. Esa palabra es acontecimiento. Seguro, con reminiscencias intervenidas por mi propia (in) comprensión o apropiación del pensamiento controversial de Badiou (2003), la palabra acontecimiento permite designar eso que emerge como un quiebre en una situación dada, una falla en la estructura, en una situación, en el mundo. Es un vacío, una rasgadura en la trama simbólica que plantea situaciones impredecibles, incalculables, en un punto indecidibles porque los saberes con que contamos no permiten dar cuenta de aquello que pasa y nos pasa.

Desde ese lugar vacío, incómodo, sin verdades ni argumentos intento comenzar a pensar sabiendo que todo lo que diga no podrá nombrar esa novedad que trae la situación de pandemia mundial que estamos atravesando. Para quienes somos contemporáneos/as al acontecimiento las palabras, los nombres no alcanzan. Aun quienes venimos trabajando las mutuas implicancias entre los procesos de tecnificación social y los procesos educativos solo podemos balbucear, recuperando de la memoria algunas viejas ideas siempre anacrónicas con el presente y dislocadas pero que, justo por eso, pueden mostrarnos algunas facetas de lo que ocurre.

Las tecnologías no aparecen hoy en la educación. Hace décadas y más, que habitan las aulas, que como espectros acosan la escuela, la universidad con promesas de futuros perfectos y de negocios aún más perfectos. Por eso asustan porque hay algo de no humano que el vínculo educativo rechaza. La cuestión es que lo maquínico somos nosotres, aunque entremos despojades de tecnologías, quienes habitamos las aulas portamos las tecnologías que hemos aprendido y nos han constituido en nuestros universos de vida. Por más que los celulares queden guardados en una canasta en la entrada del aula, los seguimos portando en nuestro universo comunicacional y simbólico. Nos faltan, los extrañamos.

La educación está habitada por las tecnologías y como todas las esferas de la vida, sus saberes, sentidos, prácticas, disposiciones, dominios entran en tensión con los propios de cada dominio y en cada uno se generan diversas transformaciones. Con ello queremos decir que lo que ocurre en el campo de la educación con las tecnologías no es extensivo a otros campos, que la lógica de lo educativo también impone su gramática de apropiación, de resistencia y de innovación.

Dicho esto también es necesario reconocer que esta súbita virtualización dislocó el funcionamiento de la escuela, el instituto, la universidad, los expulsó de sus espacios de localización histórica. Docentes, directivos, estudiantes empezamos a jugar en un territorio ajeno, no porque no habitáramos antes internet, sino porque perdimos las paredes del aula, los apuntes, el cuaderno, el contacto, el encuentro cara a cara, el frio o el calor de los patios, la dureza de los pupitres y toda la ritualidad que cotidianamente nos cobija y también no agobia, pero en la que habitamos casi sin pensarla. Esa pérdida no es menor porque hace a la comunicación y a la comunidad, a las formas de enseñar y aprender, al vínculo con los saberes y con los mundos simbólicos que los espacios y los tiempos educativos nos abren.

Esos espacio-tiempo segregados de otras actividades productivas, dirían Masschelein y Simons, que permiten solo eso: estudiar (además de las múltiples cuestiones que allí transcurren), que nos dan el tiempo y el lugar especial para los aprendizajes, se evaporaron súbitamente, los perdimos y junto con eso muchas certezas que organizaban las prácticas pedagógicas. La vida cotidiana, la vida familiar con sus espacios y tiempos también alterados por el asilamiento han invadido con su propia lógica los espacios y tiempo de enseñar y aprender y eso no solo es una novedad, es también una pérdida y una complicación.

Es necesario volver a construir el aula en la virtualidad, intentar al menos definir las coordenadas del encuentro, los espacios y tiempos virtuales no colaboran porque son tiempos y espacios desanclados, dislocados. Por eso, mientras dure el aislamiento hay que intentar reconstruir cierta institucionalidad, cierta comunalidad, cierto espacio colectivo que permita la identificación, el lazo, el vínculo con otres y con el conocimiento.

Abandonar a docentes y estudiantes en la pura soledad de su hogar, al esfuerzo propio, individual es olvidar que nadie aprende solo, y que aprendemos con otres, y es desconocer que la brecha tecnológica como parte de la brecha social en estas circunstancias se suma a la trama de condiciones que excluyen a muches del derecho a la educación. Por eso frente a las dificultades de acceso a las tecnologías y a la conectividad, que es solo el punto más evidente de las desigualdades que pueblan nuestras escuelas y universidades, es necesario el desarrollo de políticas de emergencia que busquen de algún modo equiparar (entregar equipamiento, liberar sitios de internet, entregar becas por paquetes de datos, etc;) y también el desarrollo de políticas de la amistad, de políticas del acompañamiento, de políticas del cuidado que, a modo de red, vayan también acompañando a quienes quedan afuera.

Algunas voces dicen que esto que estamos haciendo no es educación a distancia, claro que no es educación en modalidad a distancia, porque esta modalidad implica pensar desde el comienzo el vínculo docentes-estudiantes separados, sin copresencia. Sin embargo, si es educación a distancia porque hay intencionalidad de enseñar y aprender a pesar de la distancia, contra la distancia, atravesando la distancia. Es necesario poder pensar en esa separación, en ese hiato porque es eso vacío lo que hay que intentar unir. Sin ese intento de sutura no habrá vínculo educativo posible, ni enseñanzas ni aprendizajes. Creo que si algo hoy extrañamos es esa posibilidad de estar juntos, de construir comunidad. ¿Cómo se puede pensar en medir la eficiencia o eficacia de lo que estamos haciendo en este momento? Muchas voces se preguntan por la educación durante el aislamiento en esos términos. Les mismos docentes se aplican a si mismos esos parámetros de excelencia o de supuesta “calidad educativa” heredados de un modelo neoliberal y de cierta tecnoutopía que nos lleva a pensar en medir, cuantificar y eficientizar los procesos educativos. El dilema actual de la educación no es cómo transmitir mejor los contenidos, cómo llegar de manera más eficiente a nuestres estudiantes sino cómo rearmar la comunidad educativa, como reconstruir y construir lazos con los recién llegados que hagan posibles el estudio, los aprendizajes y la recreación del mundo, como nos dice Hannah Arendt.

Entonces si estos intentos educativos en épocas de aislamiento social son educación a distancia, aunque no educación planificada y diseñada en modalidad a distancia, si no una educación súbitamente virtualizada ¿qué caminos tomar para transitarla de la mejor manera posible?

La educación en modalidad a distancia en los últimos años ha aprendido algunas cosas que quizás puedan acompañarnos y hacerse extensivas a estas particulares prácticas educativas que estamos construyendo.

Señalamos dos cuestiones que creemos relevantes. En primer lugar enseñar a distancia no implica necesariamente posicionarse desde un modelo pedagógico transmisor y lineal. Es posible buscar en el trabajo con la interfaz la actividad creativa y la apropiación de conocimiento de les estudiantes con buenas propuestas de enseñanza. Muchas veces las clases presenciales son más transmisivas y bancarias, diría Paulo Freire, que muchas propuestas a distancia que interpelan a les estudiantes para ser parte del proceso. Lo que ocurre que el modelo lineal, que solo le pide a les estudiantes atención aún guarda cierto encanto y reconocimiento cuando las cualidades expresivas y transmisivas del/la docente son cautivantes y logran despertar la inquietud por conocer. En la distancia ese modelo transmisivo hace mucho tiempo ya que está en crisis porque las bondades de la copresencia quedan afuera cuando hay un docente que habla sin hacer pausa al ojo ciego de una cámara de video, por más habilidades interpretativas que tenga. Las tecnologías y el aura no se llevan bien, aunque tienen sus trucos para reencantar a las audiencias. Esto no implica descuidar los contenidos, porque sin “algo” por enseñar tampoco hay vínculo educativo. Lo que plantea el trabajo con las plataformas digitales es la posibilidad de un “juego” intenso con los contenidos, en tanto es posible que ingresen múltiples lenguajes y formas expresivas que permiten proponer a les estudiantes múltiples recorridos para acercarse a los contenidos con diversas narrativas y formas de apropiación. El riesgo allí es la pirotecnia didáctica y el juego sin sentido que muchas veces vienen de la mano de los negocios digitales educativos, de los que hay que resguardarse.

Asimismo la educación a distancia ha tenido que reconocer la centralidad de los procesos comunicativos, vinculares y afectivos presentes en cualquier práctica educativa presencial, hasta aquellas transmisivas donde el/la docente puede generar una adhesión pasional o identificatoria en sus estudiantes favoreciendo procesos de aprendizaje significativos. Por ese motivo, la modalidad de educación a distancia además de incorporar la actividad/creatividad de les estudiantes como parte importante del proceso también ha tenido que desarrollar y explorar múltiples formas de reconstruir un entorno comunicacional y afectivo entre quienes enseñan y quienes aprenden, sabiendo que esos roles también son intercambiables en muchas circunstancias. Una deuda aun es la de recrear la politicidad emergente de los espacios educativos presenciales que se da porque lo que allí está en juego es la posibilidad de reconstruir el mundo en común. (Arendt, H.) Sin embargo hay también algunos intentos notables de desarrollar la ciudadanía virtual estudiantil y docente como parte del vínculo pedagógico a distancia.

Es así que, retomando la inquietud inicial sobre ¿cuánto de educación a distancia tienen estas experiencias educativas que estamos inventando/intentando/recreando? diremos a modo de respuesta provisional que lo tienen todo en tanto no es posible que docentes y estudiantes cohabiten hoy en las aulas. Pero una vez dicho esto se hace necesario preguntarnos por las formas posibles de habitar esa distancia con las posibilidades que nos da y nos quita la virtualidad. De la educación a distancia entonces podemos sacar dos enseñanzas la primera es que los entornos nos permiten explorar formas más participativas de enseñar que incorporen no solo la actividad de les estudiantes si no también que incluyan múltiples lenguajes y formas de representación de los contenidos de enseñanza. La segunda es que se hace necesario recrear las modalidades de comunicación que en un aula presencial son casi invisibles, intentando crear entornos que convoquen no solo en términos cognitivos sino también en términos dialogales.

Claro que para que estas líneas puedan guiar el trabajo docente en la virtualización súbita en la que estamos se requiere de acompañamiento institucional, de espacios de asesoramiento y formación, de momentos de intercambio y debate, de instancias de reflexividad sobre la propia tarea, la de colegas y la que llevan adelantes les estudiantes. Porque como siempre la tarea de enseñar no solo implica aprender, y hoy más que nunca les docentes somos aprendices, sino también implica la capacidad de escuchar, de buscar la voz de quienes aprenden, de reconocer el murmullo que habita en la virtualidad también, de saber cómo están, qué les pasa, qué piensan y cómo aprenden.

Enseñar en tiempos de Coronavirus con incertidumbre, malestares, desigualdades, temores no es tarea sencilla, nunca lo fue.

Bibliografia

Arendt, H (1993) “The crisis in Education”, en Between Past and Future, pp. 181–182 traducción disponible en Cuaderno Gris. Época II, 7 (1992-1993): 38-53

Badiou, A. (2003) El ser y el acontecimiento, Buenos Aires, Manantial

Masschelein, J. y Simons, M. (2014). En defensa de la escuela. Buenos Aires, Miño y

Dávila.