Integración regional latinoamericana como alternativa a la crisis post-pandemia

Volver a Los Estados de América Latina ante la pandemia

 

Por Leandro Marasca*

 

Antes de dar cuenta del tema que nos convoca, a saber, la integración regional post-pandemia en América Latina como vía posible de superación de la crisis profunda que nos dejará el COVID-19, debemos dejar en claro que entendemos por integración regional o regionalización.

Integrarse regionalmente puede significar diversas cuestiones. Académicos y políticos ven este término para aludir a fenómenos de alcance regional de muy distinta índole o carácter, como son las identidades, afinidades culturales, las configuraciones económicas, los posicionamientos geopolíticos y/o los modos de gobernanza alternativos al nacional o global. En nuestro aporte actual, más precisamente nos referimos a integración regional como el proceso de cooperación liderada por gobiernos, que supone la delegación voluntaria de soberanía, en favor de alcanzar un bien regional que no podrían obtenerlos de manera individual. En palabras de la teoría de la acción, se trata de una acción colectiva gubernamental e institucionalizada a través de acuerdos que, generalmente, involucran temáticas económicas (comercial) y a países que comparten un mismo espacio o territorio.

Latinoamérica, debido a problemas de distintas raíces (políticos, económicos, sociales) a lo largo de su historia, ha llevado a cabo distintas etapas de regionalización. La primera de ellas, data de los años ’50 y ’60, con el Mercado Común Centroamericano (MCCA), el Acuerdo Latinoamericano de Liberalización Comercial (ALALC) y el Pacto Andino como integración regional contrahegemónico al ideado por Brasil, México y Argentina como las grandes potencias de la región. Una segunda ola de integración se dio a fines de los ’80 y principios de los ’90, la cual se encontraba inmersa en el recetario neoliberal, siendo el ejemplo más esclarecedor del mismo, el MERCOSUR. Un tercer periodo y el último hasta aquí, podríamos afirmar, se ha dado a principios del siglo XXI; en éste se puede observar una ruptura con las políticas adoctrinadoras expandidas desde Washington, para pensar un sueño regional que estuviese supeditado solo a los problemas por los que atravesaba Sudamérica sin la intervención de Estados Unidos u otro Estado imperialista. Ejemplo de ello han sido tanto el ALBA, como la UNASUR. No debemos dejar de mencionar, como ejemplo de una continuación de las políticas neoliberales y como contracara de lo recién mencionado, a la Alianza del Pacífico.

Ahora bien, la actualidad inmediata parece ponernos nuevamente en esta órbita de integración regional para superar los escollos que la pandemia del COVID-19 ha desatado a partir de una profunda crisis mundial, que deja al descubierto con mayor agudeza, las debilidades por las que atraviesa la región, como la fuerte desigualdad en la distribución de los ingresos, los elevados índices de inseguridad y criminalidad, problemas propiamente económicos (bajos salarios, precariedad laboral y poca productividad), como así también el debilitamiento de los sistemas de salud. Además de los problemas que han tomado mayor dimensión a partir de la pandemia, América Latina arrastra una dificultad estructural, ya que sigue siendo muy dependiente de las exportaciones de materias primas, lo que causa vulnerabilidad frente a los problemas, aún mayores en el plano actual, de la economía mundial. Ante la desprotección hacia las personas de los mercados, la sociedad acude al Estado como medio de protección, ese mismo que fuese conceptualizado hasta no hace mucho tiempo, como un obstáculo a los progresos del libre-mercado y la libertad de las personas. De esta manera, es el sector público el que le está salvado la vida a millones de personas y procurando mitigar los efectos negativos sobre los sectores más vulnerables.

Es por todo ello, que consideramos que la cooperación y colaboración entre los países de la región puede ayudar a resolver los grandes problemas que se tienen en común. Quizás sea el momento de construir un capitalismo distinto, más digno y solidario, el cual exija cohesión social, y en el que no persista la concentración de ingresos en tan pocas manos y la concentración de la pobreza a gran escala. Será vital entonces revitalizar la integración regional mediante la activación de los compromisos multilaterales, donde los esquemas regionales integracionistas muestren su capacidad institucional a favor de garantizar acuerdos mínimos entre los Estados del territorio. Una vez superada la peor fase de la pandemia del COVID-19, los países deberán diseñar y aplicar políticas públicas de carácter regional para el desarrollo económico y social, con el fin de mejorarle la vida a sus sociedades.

Algo que debe tener en cuenta cada Estado, en primera instancia, es superar la idea de que de manera individual sé librará de los problemas que dejará esta etapa pandémica, por lo que las entidades políticas deben fortalecerse conjuntamente con los demás países de la región. Se debe dejar a un costado las diferencias ideológicas, estructurales y procedimentales, ya que la integración de nuestros países latinoamericanos debe ser un elemento clave para el desarrollo posterior. Se debe comprender para ello, que la cuestión regional no reemplaza la cuestión nacional, sino que la fortalece, con eficientes mecanismos de prevención y más rápida acción ante los problemas que van surgiendo.

Cierto es, entonces, y como ha sucedido en repetidas ocasiones, los procesos de integración regional vuelven a ser una gran oportunidad para América Latina. Se debe avanzar en consensos sociales y económicos, como así también en la disposición de políticas supraestatales perdurables. La sanidad, la educación, la cohesión social, como así también, los derechos económicos, sociales y culturales, han de ser prioridades, y para ellos, se necesitan instituciones fuertes en tales procesos. Es la única posibilidad de que se puedan definir objetivos comunes, diseñar políticas y aunar esfuerzos para resolver problemas de manera conjunta.

Más allá de la creación de proyectos y procesos de integración regional, debemos empezar por poner nuevamente en funcionamiento las estructuras regionales ya creadas en los últimos años o décadas. Esto es hacer uso, por ejemplo, de las estructuras y agendas que tengan tanto el MERCOSUR y la UNASUR, como la Alianza del Pacífico, en cuanto a salud o generación de empleo, para empezar a tomar decisiones en beneficio de la población latinoamericana, que se ha visto, como hemos dicho anteriormente, sometida a fuertes índices de mortalidad y pobreza estructural. En estos espacios, los Estados han sido y serán capaces de encontrar el espacio en común que les permita coordinar políticas de cooperación contra la adversidad temporal. No debemos dejar de considerar, que existen estructuras que se deben poner en marcha nuevamente, debido a que ciertas administraciones gubernamentales las han dejado obsoletas acusándolas de residuos ideológicos. Justamente, y como se ha comentado anteriormente, es necesario dejar este tipo de diferencias para la búsqueda de soluciones ante lo acontecido en el año 2020.

Creemos que ante lo que estamos viviendo, la geopolítica está tomando nuevos rumbos, y como región no debemos quedarnos con los brazos cruzados, ni escatimar esfuerzos, sino más bien recuperar la capacidad de construir una identidad regional ante los países que se disputan la hegemonía mundial, como son Estados Unidos y China. La multilateralidad debe ser puesta en marcha nuevamente para dar batalla a los desafíos que la post-pandemia y la “nueva normalidad” nos presentan. Globalmente la pandemia está reforzando dos premisas relacionadas entre sí: por un lado, la menor interdependencia en la producción, el comercio y la tecnología entre las principales economías del mundo; por otra parte, el comercio mundial es más cerrado y más influenciado por consideraciones geopolíticas y de seguridad nacional, con disputas por el poder más acentuada, lo que genera generan una deficiente gobernanza multilateral. Es así, como se debe remar y arremeter contra ello también, lo que requiere de mayor unión entre los Estados latinoamericanos.

En conclusión, el esquema deficitario en cualquier faceta que nos presenta y nos dejará la pandemia del COVID-19, es al menos una situación para una nueva oportunidad de reforzar los lazos identitarios entre los países de la región en la búsqueda de un multilateralismo más solidario, de un nuevo pacto social, donde la brecha de la desigualdad se vea amenazada. No debe dejarse en manos del libre mercado cuestiones como la inclusión social y la salud, sino que un proyecto supranacional debe estar al lado de esas sociedades que tanto lo necesitan, y que pueda dar batalla a tal desigualdad que se ha fortalecido durante esta crisis humanitaria y que asfixia a nuestros pueblos.

 

 

*Adscripto en Estudios Sobre Regionalización e Integración FCS-UNC