Por Estela Grassi
La oposición política se preocupa y pide explicaciones por el uso de los datos personales que se vuelcan a la plataforma CuidAR, lanzada por el gobierno para hacer el seguimiento de quienes vuelven a trabajar en el marco de la relativa flexibilización del aislamiento social obligatorio, mientras que las verdaderas amenazas a la libertad de las personas y a la democracia son dispositivos como la oscuridad de los espionajes de los servicios de inteligencia del Estado, la política de seguridad fundada en lo que se dio en llamar “doctrina Chocobar”, la proliferación de trolls y de las facke news.
El COVID-19 se expandió por el globo; lo hizo al ritmo de la facilidad de movimiento de las poblaciones. Contingentes de turistas, comerciantes, ejecutivos de empresas, congresistas, académicos e investigadores, etc. circularon el virus; muchos de ellos quedaron fuera de sus patrias cuando los países (el nuestro, entre ellos) cerraron sus fronteras y cancelaron los vuelos internacionales. Con el virus circulan otros miedos y peligros (y otros “peligrosos”): extranjeros, compatriotas varados allende los mares, personal de salud o, simplemente, quienes hasta hace poco dinamizaban la economía de los pueblos turísticos y creyeron que podían pasar el aislamiento obligatorio en sus casas de veraneo, pero se encontraron siendo foráneos peligrosos.
La pandemia del coronavirus trastocó la vida en común, aisló los afectos, los niños se convirtieron en una amenaza para sus abueles y, en general, el peligro mudó a los barrios donde reside “la gente” retornada de sus viajes a otros continentes y países; y de allí el virus se extendió, finalmente, a las villas, donde los pobres viven hacinados y sin servicios públicos.
Pero hay otras cuestiones que son trastocadas y afloran en los debates acerca del mundo que nos espera y de lo que amenaza nuestras vidas allende la peste. No me refiero a los apresurados intercambios entre filósofos lanzados a avizorar el futuro, que le valieron a Agamben una lluvia de críticas, sino a nuestro más restringido mundo de debate ideológico, porque por estos días se reiteran algunas advertencias inquietantes, no por lo que la pandemia pueda dejar de muertes y más pobreza, sino por “… la relación entre decisionismo […] y democracia”, como resume Vicente Palermo en el reciente documento “El futuro después del Covid-19” publicado por Argentina Futura, Presidencia de La Nación, que reúne el pensamiento de intelectuales locales.
En el campo intelectual, periodístico y propiamente político, se manifiesta una inusitada preocupación por la libertad, aunque a diferencia del partigiano de Bella Ciao, morto per la libertá, ahora y aquí los muertos son por coronavirus.
“Pandemia versus democracia” se titula una nota de opinión en el diario La Nación, firmada por el diputado Diego Mestre, entre otras en el mismo tono de la misma edición del 14 de mayo. Allí afirma que “Cada vez que se publica el Boletín Oficial hay grandes posibilidades de encontrar evidencia de lo que este gobierno niega: están convirtiendo a la Argentina en un Estado autoritario.” https://www.lanacion.com.ar/opinion/pandemia-versus-democracia-nid2364990
Más claros argumentos expone el citado texto de Palermo: “La cuarentena es una restricción (por decreto) de las libertades – es un ejemplo de manual de que uno solo dispone de la libertad de todos. Pero, dada su naturaleza, dado su carácter urgente y necesario, puede ser percibido como expresando la voluntad de todos: uno expresando la voluntad de todos de restringir sus propias libertades; hay algo aquí intrínsecamente peligroso”. La amenaza parece ser aún mayor, porque “La experiencia de la pandemia podría abrir la ventana […] a retóricas justificativas del Leviatán, del estado como poder lato, crudo y duro. Confiriéndole, frente a los ciudadanos, una potencia a la altura de cruzadas mundiales. […] Un Leviatán que, al mismo tiempo, pueda avanzar sobre la vida de los ciudadanos instituyendo prácticas de sociedad de vigilancia al calor del desarrollo tecnológico que ya está a disposición de los gobiernos y [reconoce] las grandes corporaciones.” También nos advierte que le resulta “…sugestivo que la publicidad nos pida que, en tiempos de pandemia, escuchemos únicamente “Información oficial” [porque] en una perspectiva histórica, sabemos que esto es típico de las guerras.”
Un extremo de este miedo se expresó en el llamado a la movilización de los barbijos, y “contra la cuarentena y el comunismo”. Y sin llegar a tanta bobería, en tono más circunspecto, la oposición política se preocupa y pide explicaciones por el uso de los datos personales que se vuelcan a la plataforma CuidAR, lanzada por el gobierno para hacer el seguimiento de quienes vuelven a trabajar en el marco de la relativa flexibilización del aislamiento social obligatorio. En este caso, se pide la intervención de un “comité de expertos” para que analice la aplicación desde su código fuente. La preocupación es tal, que piden la participación de fiscales informáticos y de la Dirección de Asistencia Judicial en Delitos Complejos y Crimen Organizado (Dajudeco), único organismo autorizado a intervenir en el seguimiento y geolocalización de las personas. “Pedimos transparencia y apertura de la información para que no haya ningún tipo de dudas respecto a la utilización de datos de los usuarios, y más aún cuando se trata de derechos y libertades individuales” dice un Comunicado que firman los presidentes de la UCR, el PRO y la Coalición Cívica, Alfredo Cornejo, Patricia Bullrich y Maximiliano Ferraro.
La preocupación expresada en las citas precedentes no dejaría de ser atendible y está dentro del cuidado de los ciudadanos y de la publicidad de los actos de gobierno, a no ser porque los datos personales y la localización de las personas hace rato que son de uso de las corporaciones, a cuyo cargo va, según nos muestra la experiencia cotidiana, la hechura de “la sociedad de vigilancia”. Hoy por hoy, la privacidad de los ciudadanos es, casi, un dato del pasado.
Pero más allá de la confrontación coyuntural entre distintos sentidos de las intervenciones del Estado, la insistente preocupación por la libertad de las personas y por la sociedad de vigilancia, lleva a preguntas más inquietantes y que remiten a profundos cambios culturales. Cambios que, paulatinamente pero sin pausa, vienen sucediendo desde hace décadas. Se trata de los avances sobre la privacidad y lo que puede pensarse como un desplazamiento del control social de los comportamientos, desde los clásicos “aparatos ideológicos del Estado” (en los también clásicos términos althusserianos) hacia -podría decirse- aparatos ideológicos de mercado. Un pase que va de la escuela a Internet, para darnos una idea.
¿Cómo se puede fundamentar esta idea y cuáles son los indicios que estarían dando cuenta de esta transformación?
1- Los comportamientos, las concepciones del bien y el mal, de lo que es correcto o inmoral, natural o no, normal o desviado, incluso verdadero o falso, hallan sus fundamentos en la cultura o, más precisamente, en procesos que corresponden a esa dimensión de la vida de los grupos humanos, donde se halla el sentido a las prácticas. Allí se entraman desde las religiones y las más diversas creencias, las ideologías, la filosofía, hasta las ciencias. Allí se alimenta lo que nombramos como el “sentido común” o lo que entendemos saber acerca de cómo son las cosas del mundo en que vivimos o de como deberían ser cuando lo que vivimos no nos gusta. Porque, claro, en ese maremágnum compiten/disputan esas religiones, ideologías, creencias, filosofías y conocimientos, que muestran, expresan o representan intereses de grupos con diferente poder.
2- Los comportamientos privados, familiares, íntimos, no escapan, ya sabemos, a esa “determinación” (mejor dicho, a esos procesos de disputa). La producción de las ciencias sociales y humanas es inabarcable al respecto y más o menos determinista, con más o menos protagonismo del sujeto, con más o menos énfasis en la acción o en las estructuras, deja poco para agregar al conocimiento de los procesos de constitución de los sujetos, la subjetividad y las instituciones sociales. Jacques Donzelot escribió “La policía de las familias” (1979), una obra por la que vimos las formas de intervención y normatización y normalización de las conductas (de la moral familiar, del cuidado de los niños, y el cuidado de la salud) a través de las remotas prácticas filantrópicas. En “Puericultura y moral de clase” (1974), Luc Boltanski mostró la relación entre esa disciplina y la moralización de las familias. Entre nosotras, Paula Aguilar (2014) hurgó en los dispositivos que hicieron de lo que naturalizamos como un hogar familiar, un problema y la solución a otros tantos. Estos libros representan una ínfima parte de lo que las ciencias sociales han aportado a los estudios de la construcción y las transformaciones de la moral privada. Cualquiera que haya criado niños podrá advertir rápidamente que la pediatría es parte de una/s cultura/s de la crianza, de la maternidad y de la paternidad. Las mujeres saben por experiencia cuánto se enseñó (se enseña) acerca de la “normalidad” de su sexualidad y sus “desvíos”, desde Freud a las críticas feministas. Todas cuestiones que dan cuenta de las “formas culturales de la privacidad y la intimidad”, donde se moldean, también, los sentidos de la libertad y su ejercicio por parte de las personas (del individuo y su conciencia). Si es casi infinito lo dicho y escrito al respecto, queda, entonces, observar los procesos culturales concretos que, muchas veces se nos escapan.
3- Marcado el campo, esos procesos concretos llevan a otro componente del problema que motiva estas reflexiones, cual es la dilución, o la pérdida del sentido de la privacidad y de la intimidad, que fuera propia de la modernidad cultural. Si esto es así, se vuelve más pueril la reciente alarma por el estado de excepción y el uso de los datos personales a través de la aplicación CuidAR desarrollada para los servicios de salud del Estado nacional. Es pueril o es pura estrategia político-ideológica-cultural que interpela a un sujeto que de tan convencido de su absoluta libertad personal, resulta ciego y sordo a la ya consumada pérdida de su privacidad, ofrecida “voluntariamente”, por su propia decisión.
4- ¿Qué preocupa de la aplicación CuidAr? Que además de requerir datos sobre el estado de salud de las personas, permite su geolocalización. Es decir, las autoridades sanitarias podrán saber, por este medio, de los posibles contactos y contagios si la aplicación detectara un enfermo con Covid-19 y hacer el seguimiento de los casos. Es decir, que lo primero que se advierte es que la tecnología amplía (acaso hace más eficiente y mejor adaptada a la presencia del virus), una vieja práctica sanitaria del Estado, llevada adelante, por ejemplo, por medio de los exámenes de salud prematrimoniales, el servicio militar obligatorio, la escuela, y hasta el ingreso a la Universidad, incluso como personal docente (todes pasamos por Hidalgo 1067, para el examen médico de salud obligatorio de la UBA). Este seguimiento de la población era ya parte de la política de detección de enfermedades contagiosas y de control y atención de la salud pública, descuidada al ritmo del abandono de las intervenciones sociales del Estado.
Pero no son estos los únicos momentos en que somos sometidos a controles de salud: ocurre en el ingreso a algún empleo, ocasión en que puede ser motivo de discriminación, y también cuando alguna “enfermedad pre-existente” nos excluye de un seguro médico.
Claramente, sin las aplicaciones recientes, el manejo de nuestros datos, por el Estado o por organizaciones privadas, sería mucho más limitado y, por supuesto, sin ella la localización es, por lo menos, más difícil. Pero la salud pública requirió de información de la población para desenvolver políticas sanitarias, desde las corrientes higienistas en adelante. Y como se dice antes, las disciplinas médicas son, también, vectores de ordenamiento y disciplinamiento de las prácticas familiares y sociales. La alarma actual frente al distanciamiento social ignora esta relación Estado-sanitarismo- ciudadanos-comportamientos privados, que es parte de los saberes de Estado para la política sanitaria. Nada nuevo, por este lado.
5- Pero hay otra cuestión referida al uso de los datos personales y la libertad de las personas, que pasa inadvertida en la sonada alarma frente a la aplicación CuidAR. Y es que hace ya años que participamos “voluntariamente” de un Gran Hermano que no es el Estado y tiene todos nuestros datos personales (y los de todos con acceso a Internet y telefonía móvil). ¿No le permitimos a Google o a nuestros servicios de telefonía que “conozcan nuestra ubicación” o que tengan acceso a nuestros contactos, entre otras informaciones privadas, cada vez que bajamos alguna aplicación que nos interesa (Google “necesita” tener acceso a… y le damos “acepar” o no tenemos la App deseada). O no se lo permitimos, pero nos enteramos (como en este mismo momento me pasa) que “está realizando un seguimiento de tu (mi) ubicación”. ¿No dejan huellas el GPS o Waze? Ni qué decir de la galería de fotos: basta que pongamos el puntero sobre cada imagen que tomamos, guardada en la Galería, para que nos recuerde cuándo la tomamos y por dónde anduvimos. Aún más, cada año la aplicación nos recuerda con quien estuvimos un año atrás. En algún lugar (en alguna “nube”) que no conocemos ni manejamos está esa información que voluntariamente proporcionamos para vivir en este mundo de redes virtuales e hiperconectado.
Ninguno de esos datos los tiene el peligroso Estado (al menos, no nos los pidió), que sabe cuándo nacimos y dónde porque nos dio un DNI que no siempre tiene el domicilio real actualizado. Pero hace tiempo que otro “sujeto superpoderoso” (a juzgar por cómo se refieren a él quienes hacen advertencias frente a decisiones políticas), el mercado, controla y conoce cada deseo nuestro a través de nuestras redes, búsquedas en internet, álbumes de fotografías, etc. por razones menos “loables” que las que ofrece el control de la circulación del virus por las autoridades sanitarias. Pero corrijamos prontamente, porque no es “el mercado” en abstracto (aunque así sea su representación ideológica) sino agentes poderosos que controlan la producción y el tráfico mercantil. En este caso, nuestros datos “privados”, que adquirieron un inmenso valor de mercado.
6- Hay más acerca de la pérdida de sentido de la intimidad y privacidad. Al día de hoy, todo, hasta los más íntimos sentimientos de dolor o felicidad se comparten por FB, Instagram y demás redes sociales, con “amigues”, a gran parte de les cuáles jamás conoceremos. Son quienes “nos siguen” (por Twitter, por Instagram) o a los que “seguimos” (quizás para calmar la curiosidad, que las vecinas chismosas saciaban tras los visillos). Todo es todo: qué hacemos, qué comemos o cocinamos, a dónde viajamos y por cuál tramo de nuestro viaje andamos, las fotos nuestras y de hijes y nietes (a quienes nadie pide autorización para mostrarlos en las más diversas condiciones y circunstancias) y las fotos rescatadas de nuestra propia infancia. Cumpleaños, nacimientos y funerales están en las redes. Les más osades, comparten también sus encuentros amorosos o intercambian sexo a través de Tinder u otras redes, en boga con la cuarentena y la recurrencia al sexting. Todo, todo lo que era propio de una vida privada, y de la intimidad de las personas, está ahora en la vidriera de las redes, expuesto para quien del público quiera ver, o para les tantos amigues desconocidos. Sin que nadie lo pida, sin ninguna finalidad social o política, por propia voluntad.
Ese desdibujamiento de los límites de la vida privada y de la que llevamos públicamente expuesta, es un cambio que se inició antes de que estas redes existan, cuando el estudio de televisión se ofreció como el lugar donde dirimir los más variados conflictos de pareja y familiares o personales (desde disputarse los hijos tras una separación, llorar por un amor perdido o llevar adelante una dieta para adelgazar). La pantalla de tv empezó ocupando el lugar de la ventana de las vecinas chismosas que espiaban de reojo, para ser una ventana abierta aposta a los dramas personales, incluso al morbo ante el dolor ajeno.
A la vez, dicho desdibujamiento ocurría junto con el proceso de desocialización de la reproducción, de privatización de los servicios de seguridad y protección social, de educación y de atención de la salud. En simultáneo con la desestructuración del Estado de bienestar (o de lo que de bienestar tenía nuestro Estado) y con la constitución de los Estados neoliberales, más proclives a dejar hacer al mercado sobre la vida privada, que a cuidar la vida y la participación reflexiva de todes en la vida social. En la última década del siglo pasado vimos florecer en el país las teorías antiestatistas, que tanto denunciaban el control como la intromisión del Estado en el mercado.
Sombras y luces, hay que decirlo antes de retomar el hilo de esta argumentación. Junto, también se abrió paso aquello que las feministas denunciaban desde mucho antes: lo personal es político, el espacio “privado” (limitado) de la vida familiar es un orden estatalmente sostenido, que también encierra dominación y peligros. La lucha feminista traspasó esos límites de otro modo y abrió el camino a una nueva ley y un nuevo orden (otro Estado en esa materia) que, a esta altura, permite tipificar la violencia familiar y el femicidio. Los procesos políticos son siempre, como mínimo, complejos.
7- Retomando el hilo, entonces, ese desdibujamiento de la privacidad y esa desocialización (mayor privatización) de la reproducción, son expresión de una profunda transformación cultural, de la sociedad y de las instituciones que la expresan, porque es el mercado el que hace tiempo se mete en nuestras casas, atiende y moldea nuestros deseos y necesidades, y nosotros alimentamos su pujanza, cada vez que recurrimos a los servicios y bienes que se ofrecen online. Lo hacemos cuando queremos viajar o cuando necesitamos cambiar el lavarropas averiado, o cuando nos deleitamos con tal o cual serie o película. El extraordinario desarrollo tecnológico permitió al “mercado”, antes que al Estado, conocer todos nuestros datos personales, así como nuestros gustos y necesidades: Netflix nos selecciona las películas porque “viste” tal otra, o nos deja mensajes apurándonos a terminar de ver la serie que abandonamos. Booking o Despegar, entre otras empresas de viajes, nos hacen “la mejor oferta” para la ciudad o el país cuya página visitamos hace un momento o hacia donde buscamos vuelos.
8- ¿Morto per la libertá o por el virus, entonces? No parece haber razón para tanta alarma y hay más riesgo de morir por el Covid-19 que teniendo que defender la libertad. Sin embargo, lo inquietante de la preocupación que se expresa en las citas de referencia del inicio de este texto, es que se manifiesta frente a políticas de cuidado de la salud y nunca antes frente a otros avances de la mano represiva del Estado. Las ciudades están sembradas de cámaras, igual que cada hall de edificio que se precie. El/la ciudadano/a cuya libertad estaría ahora en peligro, debe saber que cada cámara puesta para descubrir a un eventual ladrón, la/o tiene también en su mira.
El/la ciudadano/a que pone a disposición del mercado desde sus gustos culinarios hasta sus preferencias sexuales, pasando por sus ideas políticas, que alimentan y se alimentan de verdades y mentiras por igual, ahora son advertidos de que los gobernantes enfrentados a contener la pandemia conllevan el peligro de hacer costumbre de la excepción, pero no se les advierte del efecto de las fake news, ni del peligro que representa el poder represivo de las fuerzas de seguridad en los barrios más pobres, si se las libera a su discrecionalidad.
Verdaderas amenazas a la libertad de las personas y a la democracia, son dispositivos como la oscuridad de los espionajes de los servicios de inteligencia del Estado, la política de seguridad fundada en lo que se dio en llamar “doctrina Chocobar” (que, vale recordar, se cobró algunas vidas); la proliferación de trolls y de las fake news, etc. Es decir, intervenciones en la sociedad y en la privacidad de las personas, llevadas adelante por organismos del Estado; por la posible combinación de actores privados y, acaso, funcionarios u oficinas públicas; y por agencias privadas, respectivamente. Las vallas de seguridad rodeando la Plaza de Mayo y el Congreso de la Nación son vallas a la democracia, y con la inusitada movilización de las fuerzas de seguridad que vimos poco tiempo atrás, son también expresiones y símbolos de una libertad restringida como política de Estado, sin pandemia que contener a la vista.
Referencias:
Aguilar, Paula L. (2014): El hogar como problema y como solución. Una mirada genealógica de la domesticidad a través de las políticas sociales. Argentina 1890-1940. Buenos Aires, Ediciones del CCC.
Boltanski, Luc (1974) (1969): Puericultura y moral de clase. Barcelona, Akal.
Jacques Donzelot (1979): La policía de las familias. Valencia, Pre-textos.
Palermo, Vicente (2020): Coronavirus, Argentina y la compresión del tiempo. En: El futuro después del Covid-19. Argentina Futura, Presidencia de la Nación.
Publicado en La Tecl@ Eñe (18 de mayo de 2020)