Ser de “un pueblo chico”, estudiar y estar más aisladxs

Volver a Jóvenes en cuarentena

 

Por Nayla Luz Prado*

Naturaleza, verde, paz y tranquilidad. Con la salida del sol se van aclarando las largas e interminables calles de este pequeño pueblo, ubicado a unos 110 km del norte de la provincia de Córdoba: Simbolar, que con sus no más de 500 habitantes pasa desapercibido, pues, en un abrir y cerrar de ojos queda atrás en el paso por la ruta 9 norte. Inevitablemente, en estos días, se lo ve más solitario de lo habitual, las calles están vacías y desoladas. Sólo de vez en cuando, desde mi casa, veo pasar algún vecino a realizar sus compras y en el camino se cruzan con el móvil policial que ronda una y otra vez por las calles del pueblo.

Hace un par de meses que estoy esta localidad, más precisamente desde noviembre que terminé el cursado de clases. Pero, hace días que ya venía pensando que se acercaba la hora de regresar a la ciudad, al cursado, a los días agitados y a transitar diariamente la bella Ciudad Universitaria, donde siempre hay un mate amargo para compartir. Un cuarto año, tan esperado, con miles de expectativas y desafíos, sobre todo en relación a prácticas pre- profesionales que tanta ansiedad me generan. Mientras tanto disfruto de los últimos días de vacaciones, estar en familia y la tranquilidad de Simbolar.

Con el paso de los días se comienza a transitar el periodo escolar, esa noche anterior mi hermana Celeste escribe en el grupos de whatsapp de la familia “llorando porque mañana me tengo que levantar temprano”. Y creo que a todxs nos pasó alguna vez, tener esa sensación de que las vacaciones no han sido suficientes; “¡se pasaron volando!” dejan entredichos los mensajes con sus compañerxs , ¡queremos unos días más! dicen otrxs. Pero desde el 1 de marzo, Celeste se levanta, aproximadamente a las 6 pm, se prepara y toma un café rapidito porque a las 6:25 ya sale camino a la parada del colectivo, siempre en compañía de su madre.

Aún a esa hora prima el silencio y la oscuridad en las calles del pueblo, en la parada solo se ve el vislumbre de las luces de los autos que a veces produce miedo. Ella sube al colectivo y de allí le espera una hora y media de viaje hasta llegar a la escuela -en Jesús María- que la aprovecha para dormir un rato más y así acortar el largo día que le espera hasta regresar a las 16 hs o a las 19 hs otros días. En este ritmo apresurado y un poco agotador, ni a Celeste, ni a mí y seguramente a nadie se le hubiese ocurrido que éste sería un año atípico, que pondría la vida de los ciudadanos “patas para arriba”, por así decirlo.

 

Domingo 15 de Marzo de 2020, el día en que la Escuela comienza a trasladarse a casa

El 15 de marzo como cada domingo almorzamos en familia, unos mates a la tarde y en eso ya se hace hora de revisar las carpetas y dejar la mochila lista para “arrancar el lunes”. Más tarde, casi oscureciendo, Celeste me pregunta ¿Viste el comunicado del presidente?. En los medios se estaba dando a conocer la conferencia de prensa, donde expresaba: “se establece la suspensión del dictado de clases presenciales en los niveles inicial, primario y secundario en todas sus modalidades, e institutos de educación superior a partir del 16 de marzo y por catorce días consecutivos”.

Se la notaba un poco preocupada y quizás no tan sorprendida, ya que semana atrás a mi papá y hermanos les comunicaban que se cerraban sus lugares de trabajo, por tener contacto con turistas extranjeros1. Desde esos días en la familia había intranquilidad e inquietud. El futuro se hacía cada vez más incierto, no les comunicaron hasta cuándo, sino solamente “hasta que la situación se mejore”. Mi mamá no podía ocultar la preocupación al ver la tele y escuchar la radio; ¿Que irá a pasar? se preguntaba varias veces al día y lo acompañaba de un ¡Ojalá todo esto pase rápido! pero nos aliviamos un poco pensando, ¡bueno son dos semanas, no es tanto tiempo!. Y sí, dos semanas no es nada, en comparación a los dos meses de extensión del aislamiento al que nos vamos ajustando.

El covid 19 y las medidas preventivas que se van tomando día a día, marcan un antes y un durante, atravesandonos como sociedad en general, pero también de una manera particular en cada espacio social y geográfico. De acuerdo a un sinfín de dimensiones, condiciones y posibilidades que se hacen presentes en cada ciudad y en cada pueblo: como en Simbolar, donde jóvenes, nos vemos arrollados por miedos, incertidumbres y dudas que se van apropiando de los sentires y sensaciones, al ver obstaculizado y frustrado el día a día.

Un freno reduce la velocidad de algunos aspectos de nuestra vida cotidiana: viajar hacia la escuela, la espera de colectivos, encuentros con nuestros pares, reuniones familiares, hacer deporte al aire libre,entre tantas otras cuestiones. Pero a la vez acelera otros, como incertidumbres, ansiedades, apropiación repentina de nuevos medios de comunicación y aprendizajes acelerados sobre manejo de tecnología, quienes tenemos la posibilidad de contar con ellos.

Y en esto, las historias, que generalmente se mantiene en silencio y al interior de cada familia, comienzan a hacer ruido, quieren y necesitan manifestarse. Y así lo hacen, algunas por medio de consultas personales, mientras que otras por mensajes y llamadas: “¿podés explicarme historia y matemática? “¿me podes ayudar con las tareas?”, “¿le podes explicar a mi hijo?”, “no entiendo lo que el profe me mando”.

Ahora la escuela se había trasladado a los hogares. Y si bien la primer semana sin clases áulicas fue dentro de todo tranquila, porque no todos los profesores mandaron actividades, es que adaptar los contenidos a esta nueva modalidad virtual, para la cual nadie estaba preparado, no es tarea sencilla. Pero esto fue sólo en la primer semana con el paso de los días comienzan a llegar más y más trabajos, algunos por WhatsApp, otros por correo y otros en archivos para fotocopiarlos.

Muchas de las tareas que llegan son acompañadas de un “¡ay! ¿cómo hago?” y no precisamente por no hacerlas, sino porque los obstáculos e imposibilidades cada vez son más “tengo que imprimir una novela para leer y varios trabajos, no sé cómo hacer”, “no tengo internet”, “no tengo computadora”, “la memoria del celular no me deja descargar los archivos”. De cierta manera, esto es de esperar, porque en el pueblo no tenemos la posibilidad de acceder a un lugar donde fotocopiar o imprimir materiales para desarrollar actividades, pocos son lxs que cuentan con servicio de internet y con dispositivos para conectarse a la virtualidad.

El uso de herramientas formales se incrementa día a día, “enviar actividades vía correo electrónico”; “el formato de entrega debe ser PDF”; “la actividad debe enviarse por medio de fotografía”; “buscar información y luego responder”, “la clase será dictada por zoom”, se puede leer en las distintas consignas. Y sí, hoy es la conectividad que nos atraviesa, nos pone nerviosos, nos interpela, nos desestructura, nos estresa y a la vez nos enseña.

Pero, si tan sólo nos detenemos un segundo, podríamos darnos cuenta que no todos contamos con las mismas herramientas, que en la heterogeneidad estudiantil y al interior del pueblo hay condiciones muy lejos de estar dadas: “no puedo buscar las actividades porque las dejaron en la fotocopiadora de Las Peñas”, “mandaron los trabajos por correo, pero yo no tengo”. ¡Sí! cosas que parecen tan simples y naturales como tener un correo electrónico -y saber usarlo-, es algo novedoso para muchxs: ¿Cómo puedo enviar un trabajo por correo? pregunta Celeste, seguido de un “durante el año no usamos herramientas como el email, el drive, excel, word ni mucho menos plataformas virtuales como Zoom, y ahora de repente se supone que todxs tenemos que saber utilizarlas”. Sin embargo, la conectividad no es igual a inclusión, ya que tener internet no nos asegura poder realizar las tareas educativas, debido a que nadie está preparado para aprender en términos exclusivos de virtualidad.

Y así llega la noche, luego de largos días aprendiendo a adaptarse en este mundo nuevo. Pero nuevamente, parece que cada mañana al despertar el uniforme estará listo para cambiarse, salir a esperar el colectivo en compañía de mamá y viajar hacia la escuela. Sólo basta abrir los ojos para volver a darse cuenta de que ahora la realidad a tornado otro color, que el banco de la escuela se convierte en el escritorio ubicado en algún rincón de la casa donde no haya tanta “bulla”.

Hace días que había comenzado el “cursado” de la Facultad, dividiendo el día entre clases por zoom, guías de estudio, lecturas, videollamadas con compañeras, las consultas constantes de Celeste y de otrxs jóvenes, sobre los tantos trabajos. Y parece mentira que “teniendo la escuela en casa” el tiempo no alcance, ¡que loco!. Nos ahorramos horas de viajes hacia la escuela y espera del colectivo, pero se recompensan con días enteros realizando trabajos, haciendo consultas, aprendiendo a seleccionar información de internet, a usar gmail, “y a darle otra utilidad al celular”, hablando y acompañadonos entre pares. Donde los grupos de WhatsApp, son el medio principal que nos permiten el intercambio: “Alguien que me pase la actividad N°1; alguien entendió, quién me puede ayudar”, “Celeste, ¿cómo hiciste la actividad de sistema?” se escucha en los audios y un ¡ya te paso! que responde ella.

Conversando un día le pregunto ¿Cómo hacen tus compañeros? ¿cómo van llevando esta situación?, a lo que me dice “yyy algunos hacen otros no, a algunos les cuesta a otros no tanto. Son un montón de cosas, también hay que hacer los quehaceres de la casa que parece que son más, porque estamos todoxs. Yo quiero volver a la escuela, prefiero estar en clases, porque al menos en los recreos y horas libre conversaba con las chicas. Aparte, nunca me gustó faltar, no es lo mismo que nos manden las tareas sin tener la explicación del profe”. Mientras la escucho me veo reflejada en sus palabras y pienso que a lo mejor es porque todxs jóvenes de alguna manera sentimos lo mismo en estos momentos… ¡que ganas de los debates que se armaban en clase y sobretodo de unos mates en el verde de las baterías C! Porque la escuela no solamente es para nosotros lxs jóvenes un lugar para el aprendizaje e intercambio, sino que también -y sobre todo para quienes vivimos en pueblos pequeños- es el espacio donde se llevan adelante actividades de participación, recreación y contención.

Pero, el camino que hoy se nos presenta es este y lo vamos transitando , tejiendo redes en las cuales apoyarnos ante los diversos obstáculos y limitaciones que se nos presentan con la nueva modalidad educativa; “que bueno que te tengo a vos para que me ayudes y me saques de apuro, dice mi hermana”, que bueno sería tener alguien en el pueblo al que pueda pedirle una mano, pienso yo -ya que llevar adelante la carrera universitaria no está siendo nada sencillo-. Una video llamada, un audio, un video de youtube, buscar en google para fortalecer mis conocimientos, y dar la explicación desde la vereda a la mamá que se llega angustiada por las tareas de su hijo y no saber cómo apoyarlo. Algunos de estos son los medios que usamos y uso para ayudar a jóvenes que ven dificultado su paso por la escuela.

¿PORQUÉ SERÁ QUE LOS PUEBLOS CHICOS Y DEL NORTE CORDOBÉS AÚN SIGUEN SIN TENER MEJORES CONDICIONES DE BIENESTAR Y ACCESIBILIDAD A SUS DERECHOS? Y no sólo refiero al derecho a la Educación, sino también a la participación y recreación. ¿EN QUIÉNES SE APOYAN LXS JÓVENES EN ESTA SITUACIÓN DE PANDEMIA? ¿QUÉ ROL CUMPLEN LAS INSTITUCIONES QUE NOS REPRESENTAN? ¿QUÉ ESTRATEGIAS PONEN EN JUEGO?

*Estudiante del 4° año de la Licenciatura en Trabajo Social, FCS- UNC. Vivo en la localidad de Simbolar, aunque durante el año lectivo resido en la Ciudad de Córdoba.
1.Ellos trabajan en hoteles destinados a actividades de caza de palomas, de los cuales los principales hospedados son personas de EE UU, Europa.