Volver a Jóvenes en cuarentena
Por Rocío Belén Moreno
Entendiendo que nuestras experiencias no sólo implican lo que acontece, sino también lo pensado, añorado, sentido; que hoy, se va moldeando de diferentes formas, por la crisis sanitaria y las medidas de aislamiento social obligatorio. Quiero invitarles a que juntes conozcamos la experiencia vital, los relatos y anécdotas que transcurren en la vida cotidiana de Luana, una joven de 18 años, del Norte Cordobés.
Les propongo poder detenernos frente a ese ritmo acelerado que nos aparta, envuelve, ciega e individualiza. Para mirar más allá de une, e ir al encuentro con otres, las historias diversas, y las realidades que transcurren y nos rodean. Atendiendo a esas diferentes particularidades que va asumiendo el “tan temido y conocido Covid-19”, en cada espacio social, cultural y geográfico. Principalmente en el paraje Barreto, un pueblo ubicado al Norte de la Provincia de Córdoba -sobre la ruta nacional n°9- a 150 kilómetros de la capital; donde Luana comparte el día a día junto a su familia.
Para ella, nacer, crecer y transcurrir el día a día allí es poder encontrarse con la naturaleza, la tranquilidad y el silencio. Pero “como todo, tiene su parte negativa” diría Luana, debido a las dificultades que se les presentan a les jóvenes al momento de proyectar su futuro. De definir su lugar en la vida social… sus formas de ver el mundo, de ser, sentir, actuar y pensar. Ya que esto aparece mediado por las condiciones socio-económicas, políticas y culturales que ofrece Barreto. Así lo manifiesta ella, al comentarme que las oportunidades laborales y de educación superior son acotadas y están determinadas por una división de tareas según el género y el lugar en la estructura social: “mayormente los jóvenes acá, no queda otra que dedicarse al campo, a tareas agrícolas y bueno las mujeres a profesorados (…) tenemos pocas opciones”.
Esto va dando cuenta de una brecha existente, entre los deseos de les jóvenes, y los medios de los que disponen para concretarlos: “para muchos de los jóvenes que residimos en este paraje ‘si queremos ser alguien en la vida’, tenemos que salirnos de lo propio, lo cotidiano (…) y nos vemos obligados a acudir a las ciudades cercanas, para ampliar nuestras posibilidades y construir una nueva vida desde cero”. Es decir, son múltiples los factores y los obstáculos para poder llevar a cabo “lo que une quiere”. Considerando que, en cierta forma, en la sociedad de hoy, está arraigada esta idea de que “no trabajar o no estudiar” es quedar excluidos del sistema que regula los intercambios sociales.
En el caso de Luana, al finalizar el secundario se vio ante la necesidad de decidir sobre su futuro y preguntarse “¿Qué camino voy a seguir?” Así, entre idas y venidas, fue probando… porque encontrar lo que le hace feliz, implica un proceso de prueba y error, de conocimientos sobre une mismo y aprendizajes con otres. O sea, es un hacer que va construyendo el ser, esto a lo que muches llaman -ser alguien-: “había iniciado un curso pero me resultaba incompleto, no me dejaba buen fruto, ya que me implicaba más horas de viaje que de aprendizajes (…) aunque sí me sirvió para descubrir lo que de verdad quería”.
Fueron varias las circunstancias que la llevaron a replantearse, a cuestionar sus opciones, ante ese imaginario de una “vida independiente”; por ejemplo: la distancia o viaje del pueblo a la ciudad, la economía familiar, escasez de recursos, el mercado de trabajo inestable, la falta de acceso a información. Porque en cierta forma, son múltiples las condiciones que hacen posible que como sujetos individuales y colectivos, pensemos lo que pensamos, hagamos lo que hacemos y algo que no es menor, “deseemos lo que deseamos”…
Pero acá, es importante atender a ese “parate” al que nos llevó la pandemia del coronavirus. Porque un hecho de tal envergadura, también resignifica nuestras prácticas, nuestro día a día; a partir de que el distanciamiento social y las medidas sanitarias se vuelven eje clave y orientador de la vida misma. Es decir, nos supone un universo complejo, donde dominan sensaciones compartidas como inseguridades, miedos, y múltiples cuestionamientos -internos, externos-. Como si… estuviéramos “en un limbo”, tratando de que todo vaya acorde a esa “supuesta normalidad, rutinaria, cotidiana”; pero el colapso nos parece algo inminente.
Ya que así, como a Luana, tal vez a muches, la situación actual de pandemia les significa un impacto sobre sus actividades diarias y cotidianas: “Hay dos cosas que extraño, primero el deporte que es imposible porque no se puede hacer nada en áreas públicas (…) y también compartir junto a la gente que amo, poder verlas, compartir un mate o un tiempo con ellas”. Y si… hoy, nos limita el cuidarse para cuidar a otrxs; pero es en esa distancia que aprendemos a valorar la importancia del cariño, el afecto y la cercanía con la gente que unx quiere.
También a Luana, como les contaba, le significó un obstáculo a sus planes y proyectos a futuro: “Con la cuarentena me siento preocupada, me invaden miedos, frustraciones, y sentimientos diversos (…) porque tenía la intención de trabajar y estudiar, pero este virus me impidió concretar mis planes y lograr tener un respaldo económico para eso…”. Esto llevó a que Luana, se note imposibilitada de proyectarse en un futuro próximo, no sólo por el contexto, sino también por las circunstancias económicas para hacerle frente a los gastos que conlleva una carrera y más si implica viajar a otra provincia como es Córdoba: “a veces uno planea cosas pero después no se dan como uno quiere (…) pero sí es un respiro para buscar otras soluciones ante lo que estamos afrontando”
Así fue que Luana, se decidió encarar de otra forma lo que iba a venir y optó por estudiar “Traductorado de Inglés”. Reflejando ese deseo de construir la propia subjetividad, el propio futuro; porque unx es partícipe activo de su porvenir. Ahí emerge ese -ideal- de que los estudios, son necesarios para ascender socialmente, acceder a un trabajo, “ser alguien en la vida”: “detecto que el cambio de vida al dejar el secundario y animarme a optar por una carrera universitaria, fue un cambio muy positivo, porque me abre puertas (…) asi que fue bueno haber elegido”.
En ese “elegir”, jugó un papel muy importante, un curso de inglés que decidió iniciar Luana frente a este contexto de pandemia y su consecuente “cuarentena social, preventiva y obligatoria”. El cual me comenta, que fue lo que la llevó a que se sintiera a gusto con el inglés, porque principalmente la forma de organización y la pedagogía en el dictado de ese curso atrajo su atención: “si bien tuve que empezar este curso de manera online, me gusta mucho porque la profesora enseña muy bien, se nota que lo disfruta y eso transmite muchas ganas”.
Y es ahí donde Luana, comienza a cuestionarse esta forma de cursado “tan particular”, novedosa si se quiere, que es la virtualidad. La cual empieza a dominar(nos), y con ella, nos atraviesan la soledad, el individualismo, el cansancio mental y físico por esfuerzo excesivo: “Cuando no estaba la cuarentena era más fácil todo. Porque en lo educativo las clases, eran presenciales (…) pero ahora hay mucha pérdida, no nos encontramos con el docente cara a cara, que nos explica de una forma más cercana”. Y si… la tecnología se volvió parte de su vida, de la nuestra, de la de todes; más allá de que nos relacionemos, de por sí, en una sociedad digital.
Es así como la enseñanza online, lleva a replantearnos las formas de enseñar-aprender, a partir de la mediación de una pantalla. Donde los diferentes dispositivos tecnológicos, nos comienzan a significar herramientas de comunicación e intercambio de información entre personas. Porque ahora hasta la más ínfima relación o práctica se desenvuelve en esa virtualidad y cuesta amoldarse a lo nuevo. Al menos, Luana, así lo manifiesta y yo en sus palabras, me siento identificada: “no es lo mismo, ahora online hay que conectarse por detrás de una pantalla, el docente me pasa los ítems para orientarme, frente a tantos conocimientos nuevos (…) pero siento que me falta todo eso que hace al aprender con otros”. Ahí caemos en cuenta… de que no debemos dejar de lado, la forma que va asumiendo nuestra vida en esa mediación virtual.
Sin embargo, algo que llama mi atención en mis charlas con Luana sobre el tema. Es que más de una vez ella remarca, que el estudio ya sea en nivel secundario o universitario, implica una complejidad. Pero es ahí cuando, en una suerte de querer incentivar y animar, plantea que “uno tiene dos opciones: o tirar todo, dejando de lado lo que deseamos, o bien, sentarse y, poner cabeza y corazón en lo que hagamos. Más allá de que influyan emociones, porque hay que convencerse de que uno puede”. Por eso es que ella, ante cualquier inconveniente recurre a diferentes estrategias de ayuda mutua con amigues o a fuentes de información -como libros, internet, tutoriales en Youtube, etc.-. A las cuales define como “ayudas mínimas” porque para ella lo central esta en unx, en la propia voluntad que uno le ponga a lo que desea estudiar, para que después lo vivamos como un logro. Así, si no se entiende algo, Luana no elige dejar todo de lado, ella prefiere “ponerle onda y pelearla todos los días un poco más con esmero, porque sólo así se logra lo que uno quiere”.
Es en esto… que no deja de darme vueltas en la cabeza una pregunta, que me cuestiona sobre esa idea de que “todo se puede con voluntad”. Tenemos que poder interrogarnos en este contexto: ¿en “Barreto” o en cualquier lugar, de una punta del país a otra; la voluntad realmente alcanza? Porque pensemos que en cada contexto, varían las posibilidades, oportunidades y el acceso a diversidad de recursos educativos: ya sean dispositivos con internet, una buena señal, espacios físicos e insumos que hagan efectivo el aprendizaje escolar. Ahí, importa atender a qué características asume nuestro sistema educativo en este marco de la pandemia; a cómo en la práctica hay vivencias, realidades que dan cuenta de esa desigualdad, segregación -entre quienes sí pueden y quiénes no- y fragmentación social; que lo escolar y lo cotidiano no deja de reproducir.
Haciendo que prime más la imposibilidad, sostenida por ese discurso “meritocrático”; que no considera lo diverso sino que amplía la brecha entre las condiciones de vida de cada niñe o joven. Por lo que se sigue tolerando, esa idea de que cada unx llegue hasta donde el esfuerzo le permita, haciendo de toda desigualdad… “una desigualdad justa”. Y en esto, ¿Qué papel están jugando quiénes tienen el poder de definir políticas inclusivas, igualitarias y justas? O sea, ¿realmente atienden a esa heterogeneidad que nos marca hoy o nuevamente hacen la vista a un costado?
29 de mayo de 2020
De la autora: Una invitación a ampliar la mirada, frente a esta crisis que puso en jaque a la sociedad entera y a cada une de nosotres. La vida de Luana, su historia… es narrada en un intento de “hacer visible” aquellas prácticas juveniles que quedan relegadas -por quienes tienen el poder de elegir que puede o no ser contado-. Porque su voz, y la de todes deben ser escuchadas, entendiendo que cargan sentidos, significan y “tienen algo por decirnos”.